viernes, 7 de febrero de 2014

Hombre, macho, varón

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Hombre, macho, varón


Antonio Quezada Pavón

Antonio Quezada Pavón

Me crié en un hogar y en una época en la que los varones no debíamos (así como suena) hacer tareas del hogar, so pena de que empiecen a dudar de nuestra hombría, lo cual era fatal en aquellos días. Cocinar, lavar, planchar, ordenar y limpiar eran tareas de mujeres y, definitivamente, del abundante servicio doméstico que todavía existía.


Terminé la universidad bajo estas muy convenientes condiciones y no fue hasta que empecé mi maestría en  Estados Unidos que me di cuenta de que no tenía idea de cómo sobrevivir a las simples tareas domésticas que los gringuitos hacían con mucha facilidad. Mi compañero de cuarto, a quien tenía que soportar su práctica del saxofón, me instruyó en los secretos del lavado y secado en máquina. ¡Qué maravilla! Me hice adicto a la lavandería y aprendí a reconocer las grandiosas cualidades de los detergentes y suavizantes textiles; así como que el cloro tenía realmente propiedades prácticas que no había aprendido en el laboratorio de química general.


Luego de varias semanas de comer en la cafetería de la universidad, cuyos menús tenían la particularidad de que todo sabía exactamente igual; alternando, por supuesto, con hamburguesas de todo tipo, hot dogs y pizzas, entendí que debía aprender a cocinar, lo cual fue mucho más complicado y demandó de varios maestros y maestras en el arte culinario y, para mi fortuna, de varios y exóticos países. No puedo decirles que me transformé en un chef, pero pude sobrellevar los muchos años que pasé en el gran país del norte.


En el camino tuve que aprender a ser ordenado, disciplinado y puntual, así como a manejar con cuidado mi escaso presupuesto. Ya sabía zurcir y coser botones, pues viniendo de una larga familia con tías modistas, parece que tengo la programación genética para desempeñar tareas de ese oficio.


Vivir solo en Georgia Tech, aparte de proporcionarme una excelente educación, realmente cambió mi vida y actitud. Pero esto pudo y debió ser diferente. Las familias tienen que dar a sus hijos (especialmente varones) cursos intensivos y obligatorios de economía doméstica impartidos por papá, mamá y eventualmente abuelos (que siempre aportan con experiencia y amor). Y no necesariamente porque los chicos se vayan fuera del país a estudiar, lo cual es cada día más común gracias a la Revolución Ciudadana, sino como un regalo a nuestras futuras nueras.


Los varones debemos comprender, desde muy jóvenes, las sutilezas que demanda la preparación de una comida casera, la bondad de ser diestro en las tareas domésticas y, sobre todo, darnos cuenta de que no tiene nada de varonil ser un inútil en el hogar.

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